Pruebas Idoia

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Miguel Delibes


Una entrada urgente, algo que nunca debería hacer. Hay mañanas en que una simple mención en la radio de algo que te importa te impulsa a disponer de diez minutos de tu importante tiempo para escribir algo, compartirlo y emprender la labor de recordar y recuperar para quienes vienen por detrás de nosotros la figura de un gran escritor.

Clara y Nadal


Año nuevo. Un nuevo tag en el blog. Cero entradas. Observo que, al menos, el año pasado escribí algo más que el anterior. Y que los anteriores. Es un alivio. Una media de dos artículos al mes, qué lujo. Objetivo: mantener el tipo, digo yo. Porque toda la vida he querido escribir, y ahora que tengo el espacio ideal donde dar rienda suelta a mis habilidades más mecanográficas que literarias, me escudo en el eterno "no tengo tiempo" para no dar un palo al agua. En fin, aquí va, pues, una de mis "New Year's Resolutions".



Y es que hay quien escribe mucho y bien y, por eso, gana el premio que, una vez en la librería, más me atrae. El Nadal, para mí, es el segundo apellido de unos cuantos escritores y libros favoritos. Qué sería del Nadal sin la generación de los 50. Sin la osadía de premiar "Nada", la extraordinaria obra de una mujer a la que eternamente recordaremos por esa y no por otra novela, Carmen Laforet. Miguel Delibes. Rafael Sánchez Ferlosio. Ana María Matute. Carmen Martín Gaite. Nombres que algunos seguimos atesorando, resistiendo el embate del best seller, y sosteniendo, entre ellos, a narradores herederos del buen hacer, Marías, Mendoza, Bolaño, Gopegui.

Clara Sánchez es otra escritora de las que nacen historias que te atrapan. Sólo he leído dos de sus novelas, "Últimas noticias del Paraíso" y "Un millón de luces". Y quizá tengo un recuerdo menos claro del hilo narrativo de ambos libros, y sin embargo sensaciones que tienen más que ver con un estilo claro, que se detiene en lo aparentemente sencillo, en lo cotidiano. Que se mueve en escenarios en los que nos movemos todos, una urbanización, un edificio en el centro de la ciudad, un centro comercial, un jardín. Con personajes trepas, jóvenes inexpertos, perros que ladran con rabia y protagonistas que asisten, atónitos, a lo que espera agazapado detrás de la monotonía, de la cruda realidad.

Al leer el argumento de la novela premiada, "Lo que esconde tu nombre", no voy a poder resistirme a correr hasta mi librería favorita dentro de un mes. Una apacible pareja de ancianos alemanes retirados en la costa española donde esconden un pasado gris y cruel; un superviviente de un campo de concentración; y una joven ajena a los respectivos pasados del resto de los personajes. Como en el cine, la II Guerra Mundial sigue propiciando argumentos interesantes, como si siguiéramos necesitando rescatar historias anónimas para no olvidar lo que no debe repetirse, para no perdonar al criminal a medida que el tiempo va difuminando su pasado. Sin duda Clara Sánchez lo haya escrito con honestidad y sin dejar cabos sueltos.

The Music Connection


Como comentaba en la anterior entrada, el curso escolar nos trae una nueva retrospectiva de Nosferatu, esta vez temática, dedicada al thriller americano de los años 70.

Bullit ha resultado un inicio agradable; una película parca en diálogos, como lo es el personaje encarnado por Steve McQueen. Hablan más los silencios y esa mirada huidiza de Bullit, o la espectacular persecución automovilística por las calles (cuestas) de San Francisco, secuencia imitadísima en películas posteriores (por ejemplo, en What's up, doc?).


El detective nos muestra a Frank Sinatra en un papel que se sale de sus personajes triunfadores, alegres, seductores (no olvidemos The man with the golden arm, o su personaje en From here to eternity, que también se apartaban de su condición de cabecilla del rat pack). No la había visto, y me gustó, me pareció entretenida y muy representativa de la estética de los setenta.

Shaft ha sido una película entretenida, sin más, con una buena banda sonora en la que Isaac Hayes comienza cantando Who's the black private dick / That's a sex machine to all the chicks? / SHAFT! / Ya damn right! No he visto el remake, ni falta que me hace, entre otras cosas creo que me cae mejor Richard Roundtree que Samuel L. Jackson. Y creo que el Shaft setentero es mucho más amable que el del nuevo siglo.

¿Qué tienen en común estas películas? La estética. La narrativa. La banda sonora, un sonido, un estilo. Lalo Schifrin es el responsable de la música de Bullit, mientras que Jerry Goldsmith lo es de la de The Detective. Ambos diseñan unas partituras muy influidas por el jazz y por el funk, muy dinámicas y descriptivas. En los últimos tiempos estoy revisando películas con música muy setentera y es que una no puede resistirse a disfrutar de una secuencia acompañada por Michel Legrand o Henry Mancini o Burt Bacharach. Pop y jazz entrando por la puerta grande en el cine. Creo que Dirty Harry debe mucho a Schifrin, como Charada a Mancini. Continuadores como Dave Grusin mantienen ese espíritu en el cine actual.

Don Ellis es el responsable de la banda sonora de The French Connection (que veremos hoy miércoles en Nosferatu); tuvo una carrera muy breve, pero al igual que Schifrin, se forjó en televisión, en la serie Mission: impossible. En esta película tenemos a actores sensacionales, entre ellos Fernando Rey (de hecho, cuando murió, en la ceremonia de los Oscar le dedicaron la famosa escena en que saluda desde el vagón del metro), en gran Gene Hackman y Roy Scheider. Hace bastantes años que no veo esta película y creo que hoy la voy a disfrutar como si fuera la primera vez: es la magia de recuperarlas en pantalla grande.



Si la cosa funciona


Con el otoño vuelve la rutina, el curso escolar. En los últimos meses había dejado de ir al cine, por lo que he ido recuperando las películas de estreno en casa, según iban saliendo en DVD. Así, he podido disfrutar de La duda, Milk y El curioso caso de Benjamin Button, entre otras, sin surround palomitero ni banda de cotorras comentando cada detalle de la película. Y como no debo dejar que tales minucias me aparten de las butacas de mi cine favorito, he trasladado mis sesiones al miércoles y al viernes por la tarde (cosa que no es garantía de una sesión tranquila de sonido nítido).

Así que al menos he podido disfrutar, entre otras del montón, de un par de buenas películas: el retorno de Woody Allen a Manhattan con Si la cosa funciona, y otra excelente obra de Campanella, El secreto de sus ojos. También ha comenzado un nuevo ciclo de Nosferatu dedicado al thriller norteamericano de los años setenta, lo que nos ha permitido ver, por ahora, la espléndida Bullit de Peter Yates y El detective, de Gordon Douglas. La cita semanal, cada miércoles, nos da la oportunidad de ver mañana en pantalla grande Shaft (1971), de Gordon Parks.



Si la cosa funciona es una comedia ácida e irónica que trata sobre las obsesiones habituales de Allen, pero dando otra vuelta de tuerca al amor, la muerte, el sexo y Dios, entre otras cosas. El primer acierto es su nuevo álter-ego, Larry David, guionista de Seinfield, que hereda los tics, las gafas, la hipocondria y el desdén por lo vulgar y cateto de los antológicos protagonistas de Manhattan, Annie Hall o Delitos y faltas. Como siempre, la película se sostiene sobre un guión ingenioso, de frases brillantes, poblado por unos personajes que contribuyen sin florituras a tejer la comedia que, desde la primera secuencia, no se anda con rodeos y se dirige directamente al espectador, quien casi acepta con naturalidad verse incluído en el saco de idiotas y gusanos del mundo que rodea a Boris Yellnikoff (Larry David), en el cual, sin desearlo, se cuela una pueblerina de la América profunda, Melodie (Evan Rachel Wood), escapada de su familia y educación puritana con la intención de disfrutar de la vida siendo una pecadora. Melodie cumple con todas las premisas del prototipo de gusano idiota e ignorante con el que Boris jamás se codearía y éste no tiene ningún problema en insultarla a la cara, y es quizá esa ingenua, humilde y sincera aceptación de lo que es y deja de ser lo que, en el fondo, provoca que la chica sureña encaje como un guante en la vida y el hogar de Boris. Tanto que, con el tiempo, empieza a pensar y opinar como Boris. Hay dos momentos claves (e hilarantes) en el desarrollo de la película, la llegada de la madre puritana y, más tarde, la del padre, en busca de la hija perdida, aunque más bien lo que hacen es encontrarse a sí mismos y someterse a esa profunda reconversión que sólo el cosmopolita Manhattan puede provocar en los catetos pueblerinos...

La visión irónica de Allen reporta una colección de chistes muy sutiles e inteligentes, no sólo verbales, sino también visuales y conceptuales. Algo de lo que no fue capaz en sus últimas películas europeas (con la excepción de la brillante Match Point), y es que quizá Allen se siente más capaz de reírse en su tierra, por reírse de sí mismo sin complejos. O porque quizá respeta demasiado a sus fans europeos, quién sabe. El caso es que Woody ha vuelto a Manhattan y, con ello, a crear comedia pura, inteligente y sin complejos.

Ultimátum a la tierra



Me he negado a ver el reciente remake de esta apreciadísima obra de Robert Wise que pudimos contemplar en pantalla grande en el Zinemaldia de 2005. A quienes nunca hayan visto el original, sus efectos especiales, maquetas, personajes y planos les pueden parecer anticuados, casi de serie "B". Pero quedarse en esa capa de la película es no entrar en ella. Una película de 1951 que habla sobre una advertencia a la humanidad es un reflejo de lo que se estaba viviendo en el mundo después de la II Guerra Mundial.

Así que recomiendo revisar esta obra quitándonos de encima esa capacidad del público de hoy para dejarse deslumbrar por los efectos especiales y en cambio quedarnos con el mensaje, con la metáfora, y reflexionar sobre el hecho de que todo, absolutamente todo lo que cuenta esta historia, es moderno y vigente.

Sí, cada día reniego más de las películas que basan su capacidad de atraer al público única y exclusivamente en la carísima producción y posproducción digital. Que viva el cine de buen guión y personajes consistentes.